Interesante artículo de Vicente Verdú en El País de hoy.
Pedro M.
VICENTE VERDÚ
De lo creativo a lo recreativo
John Baldessari, uno de los fundadores del arte conceptual, presente en una muestra antológica del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, dispensa oralmente una dosis de lucidez repartida ya como un lenitivo cultural por todo el mundo. Esta píldora de la felicidad consiste en asumir -como él declara- que todo y nada es arte. O que "arte es aquello que dicen que es arte los artistas" (E. H. Gombrich). Las obras se ven, se huelen, se admiran, se escudriñan o se pasa de largo. No pasa nada.
Harto de la disquisición entre arte y no arte, "intenté", dice Baldessari, "ser un no-artista". Intentó, a lo largo de sus 81 años, desprenderse de esa cruz. Los artistas, adorados tras la Ilustración, fueron tenidos por "creadores", a imagen y semejanza de Dios. O de Cristo, su Hijo:
se crucificaban, enfermaban, morían jóvenes y dignificaban a la Humanidad mediante la inmolación de sus vidas, desgarradas pero salvíficas.
Casi todos los santos que abatió la razón ilustrada fueron reemplazados por figuras encarnadas en artistas: santos laicos, sujetos de diferentes sevicias y de asombrosa inspiración. Mientras la mayoría de los mortales iban a trabajar, ellos se dirigían a crear; mientras los más notables de los demás trabajadores tenían sólo ideas, ellos recibían inspiración.
En consecuencia, el artista ha sido apreciado como un ser elegido y excepcional cuyas prerrogativas divinas llegaron junto a pesados deberes, unos referidos a la exigencia interior de la obra y otros, respecto a la crítica.
Harto, John Baldessari decidió salir de esta tabarra y hacerse un "no-artista". Muchos otros han aspirado a esta sana condición y, con el declive de la modernidad, pintores, escultores, instaladores, performadores, han pedido desesperadamente ser tratados como un trabajador más.
Es el caso que contaba Susan Sontag de Wim Wenders cuando ella -tan europea- le preguntó, en Los Ángeles, qué hacía un gran director alemán en un lugar inculto. A lo que Wenders respondió: "¡No sabe usted qué alivio es encontrarse en un sitio sin cultura!".
Los europeos, y tanto más cuanto más "ilustrados", han soportado esta feligresía cultural dentro de la cual era preciso distinguir entre el arte y el no arte, entre la culta y la inculta novela, entre el verdadero artista y el impostor. Ser culto conllevaba prestar culto al autor pero, además, una vigilancia sobre los camuflados, una fina preparación gastronómica (tener buen gusto) y, finalmente, manejar un lenguaje lo bastante oscuro (¿oculto?) para referirse al creador. Una tarea, en fin, de esclavos.
Actualmente, sólo en Madrid, se encuentra Miquel Barceló en CaixaForum, impresionistas y no impresionistas en Mapfre, el vorticista Wyndham Lewis en la March, exposiciones en Bellas Artes, en La Casa Encendida, en las cien galerías del Consorcio, etcétera, etcétera. Pero, además, la próxima semana abre Arco y tres ferias paralelas más en ascensión.
No podrá decirse que haya decaído el espectáculo ni que el arte se encuentre exangüe. Hay obras para ver y vender. Obras para disfrutar, reír, morder o pasar el rato. Pero ahí empieza y termina prácticamente todo.
Hace tiempo que la radical quema de los templos artísticos, como hizo Baldessari con su obra anterior a 1970, los ha convertido en montones de ceniza. Lo que llegó posteriormente, lo que se encuentra en la actualidad, bueno o malo, enrevesado o banal, no es sino entretenimiento audiovisual. Los artistas han dejado de ser los sagrados gurús y su tarea, liberada de la tremenda, trascendente y teologal misión de lo creativo, ha logrado, por fin, el soleado universo de lo recreativo.
6 comentarios:
Ácido y lúcido Verdú, como muchas veces (otras no tanto me recuerda más a César Vidal...) rubrico, suscribo.
¿Más hornos crematorios a lo Baldessari?
Os dejo fragmento de La civilización del espectáculo de Vargas Llosa
Carmen M
En cuanto a las artes plásticas, ellas se adelantaron a todas las otras expresiones de la vida cultural en sentar las bases de la cultura del espectáculo, estableciendo que el arte podía ser juego y diversión y nada más que eso. Desde que Marcel Duchamp, que, qué duda cabe, era un genio, revolucionó los patrones artísticos de Occidente, estableciendo que un excusado era también una obra de arte si así lo decidía el artista, ya todo fue posible en el ámbito de la pintura y escultura, hasta que un millonario pague doce millones y medio de euros por un tiburón preservado en formol en un recipiente de vidrio y que el autor de esa broma, Damien Hirst, sea hoy reverenciado no como el extraordinario vendedor de embaucos que es sino como uno de los grandes artistas de nuestro tiempo. Tal vez lo sea, pero eso no habla bien de él, sino muy mal de nuestro tiempo, un tiempo en el que el juego y la bravata, el gesto provocador y despojado de sentido, bastan a veces, con la complicidad de las mafias que controlan el mercado del arte y los críticos cómplices o papanatas, para coronar falsos prestigios, confiriendo el estatuto de artistas a grandes ilusionistas que ocultan su indigencia y su vacío detrás del embeleco y la supuesta insolencia. Digo “supuesta” porque el excusado de Duchamp tenía al menos la virtud de la provocación. Pero en nuestros días, en que lo que se espera de los artistas no es el talento, ni la destreza, sino la bravata y el desplante, sus atrevimientos no son más que las máscaras de un nuevo conformismo. Lo que era antes revolucionario se ha vuelto moda, pasatiempo, juego, un ácido sutil que desnaturaliza el quehacer artístico y lo vuelve una función de Gran Guiñol. En las artes plásticas la frivolización ha llegado a extremos alarmantes. La desaparición de mínimos consensos sobre los valores estéticos hace que en la actualidad todo sea permitido. En ese ámbito la confusión reina y reinará por mucho tiempo, pues ya no es posible discernir con una cierta objetividad qué es tener talento o carecer de él, qué es bello y qué es feo, qué obra representa algo nuevo y durable y cuál no es más que un fuego fatuo. Esa confusión ha convertido el mundo de las artes plásticas en un carnaval donde genuinos creadores y vivillos y embusteros andan revueltos y es a menudo muy difícil diferenciarlos. Inquietante anticipo de los abismos a que puede llegar una cultura que sacrifica toda otra motivación y designio a la de entretener y divertir.
La civilización del espectáculo
Mario Vargas Llosa
Estupendo artículo.
¿Se puede ser también no-espectador?
Os dejo enlace del texto completo de La civilización del espectáculo de Vargas Llosa
http://www.letraslibres.com/index.php?art=13553
Se puede ser no-espectador claro que sí y no-lector y no-televidente no-oyente no-sujeto no-objeto, también se puede no-ser y ser, espectador y no espectáculo
Carmen M
Me pierdo la Nau por ir a ver a Gabi Ochoa como no valga la pena...¡ jajaja
Los dos artículos aplicables a las artes escénicas.
¿ser no-espectador es convertirse en espectáculo?
Interesante!!!! esto merece larga reflexión, ser espectador y no espectáculo, ser espectáculo y no-espectador, no ser espectador ni espectáculo o ser ambos, that's the question, llevémoslo al laboratorio de espectadores si os parece
Carmen M
Ser espectador de uno mismo como espectáculo.... ¿es onanismo?
P.
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